Louis Armstrong, recordando su sonrisa extraordinaria

Barcelona, 19 junio 2019
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Ya lo recordaréis, lo vimos durante décadas en los mejores festivales del mundo, en las mejores revistas de música, en las cubiertas de los discos de vinilos, en los carteles publicitarios de las películas de Hollywood y sobre todo, cuando pensamos: Jazz, Louis Armstrong es una de las primeras imágenes que nos viene a la cabeza.
Un icono inolvidable que esparció a principios del siglo pasado el jazz por los Estados Unidos y posteriormente en el mundo entero pasando también por aquí, por esta ciudad tan mediterránea: Barcelona. Hay quien aún guarda ese recuerdo y las entradas de aquellos conciertos como reliquias de esta estrella del jazz.
Yo era todavía un niño cuando vi por primera vez Louis Armstrong en la televisión. Sentado en la cocina en casa de mis padres, hipnotizado frente al televisor, no entendía la grandeza de su música y me impresionaba su voz tan ronca y singular, capaz de ofrecer sobredosis de alegría en estado puro. Una voz que salía de unos labios enormes y estos estaban rodeados de una cara mojada, llena de sudor que le colaba desde el frente en forma de lágrimas, como si fueran ríos, hasta llegar a las mejillas y el cuello. Pero, él sabía cómo secárselas, por eso llevaba un pañuelo en el bolsillo y entre una frase y otra se lo pasaba por toda la cara.
Pero lo que realmente dejó una marca clara en mi memoria aquel día, fue su sonrisa, aquella grande, extraordinaria sonrisa que se le dibujaba de un lado a otro de la cara. Este era para mí el rasgo diferencial de este gran cantante y trompeta del jazz, un artista afroamericano que regalaba felicidad a mayores y pequeños.
Nunca habría imaginado que detrás de esa sonrisa se escondía una pasión inmensa por la música capaz de superar las tragedias humanas más dramáticas.
Detrás de esa sonrisa se escondía un espíritu de superación capaz de romper obstáculos y que le había permitido a aquel pequeño huérfano de tan sólo siete años, solo en el mundo, de convertirse en uno de los trompetas y cantantes de jazz más aclamados en la historia de la música.
Louis Armstrong fue un niño que trabajaba por pocos centavos por su familia adoptiva ruso judío, y que soñaba llegar a ser como ellos, como aquellos primeros músicos de jazz que escuchaba por las calles mientras llevaba carbón por una parte a otra de su ciudad: Nueva Orleans.
Detrás de aquella extraordinaria sonrisa se escondía un niño ingenioso y soñador, capaz de fabricarse una trompeta de lata e iniciar a imitar ese sonido que un día daría la vuelta al mundo.
Su trompeta inconfundible empezaría a romper esa segregación racial tanto presente en Norte América a través de los primeros discos de vinilos y más tarde mediante las películas de Hollywood. Su voz entraría por las ventanas, las puertas y las azoteas de los norte americanos con las ondas de radio y haría historia.
Con su trompeta imitaba la voz humana y con su voz imitó la trompeta. ¿Quién lo hubiera dicho que tararear en un disco se convertiría en una moda y muy pronto en una tradición del arte jazzístico vocal? Así, aquel joven Louis, un día entró por la puerta del estudio de grabación, puso la partitura en el atril para registrar la canción Heebie Jeebies. Accidentalmente, se le cayó la partitura en el suelo, y como no se sabía la letra de memoria, comenzó a tararear. Aquella improvisación hecha de vocales y consonantes, arpegios y escalas dio vida al "Scat singing" una improvisación que pronto sería imitada por miles de cantantes en el curso de la historia del jazz.
Louis Armstrong nos ha dejado una herencia enorme a través de su talento, arte y virtuosismo que ha sabido canalizar a través de la trompeta y su voz y yo así lo recordaré. Pero el recuerdo más vívido y emocionante que se me queda en el corazón es aquel de cuando yo era un niño frente al televisor. Nunca olvidaré aquella sonrisa tan contagiosa que nos regalaba felicidad.

Miércoles, Junio 19, 2019